POLÍTICA DE DIOS Y
GOBIERNO DE CRISTO,
de Don Francisco de QUEVEDO
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Entre los memoriales dirigidos por
Quevedo al rey hay que mencionar en primer término las dos partes de Política de
Dios, extenso tratado donde, en oposición al naturalismo político, de corte
maquiavélico, se desarrolla un entendimiento de la política centrada en Dios y
su Providencia, adoptando los evangelios como norma y ejemplo de cualquier
gobierno cristiano.
Cotejando otras obras suyas, se evidencian profundas modificaciones de la
actitud de Quevedo ocurridas entre la redacción de la primera (1617) y segunda
parte (1635), desde los primeros años de la cuarta década, particularmente en lo
que atañe a su posición en la corte y a su relación con Olivares. Quizá no muy
lejos de la visión de España que lo había llevado muchos años antes a unirse a
Osuna y, después, a ver con esperanza a Olivares, el escritor, comprendiendo el
presente a la luz del pasado, entiende como inadmisible para una política de
Dios y un gobierno de Cristo la novedad de una situación que tiene su plasmación
más evidente en la presencia e influencia de los hombres de negocios judíos,
portugueses hijos de los expulsos de España en 1492. También en esta obra sin
par se presenta como el hombre de letras, complejo y tortuoso, que siempre fue.
Indice
Breve Biografía III
El contexto : los memoriales. La Política y la Execración. VII
PARTE PRIMERA
A DON FELIPE, IV DE ESTE AUGUSTO NOMBRE, REY DE LAS ESPAÑAS, MAYOR MONARCA DEL ORBE, NUESTRO SEÑOR 9
CAPI. I. — En el gobierno superior de Dios sigue al entendimiento la voluntad 15
CAP. II. — Todos los príncipes, reyes y monarcas del mundo han padecido servidumbre y esclavitud: sólo Jesucristo fue rey en toda libertad 17
CAP. III. — Nadie ha de estar tan en desgracia del rey, en cuyo castigo, si le pide misericordia, no se le conceda algún ruego. (Matth. 8, Marc. 5, Luc. 8.) 24
CAP. IV. — No sólo ha de dar a entender el rey que sabe lo que da, mas también lo que le toman ; y que sepan los que están a su lado que siente aún lo que ellos no ven, y que su sombra y su vestido vela. — Este sentido en el rey es el mejor consejero de hacienda, y el primero que preside a todos. (Matth. 9, Marc. 6, Luc. 8.) 27
CAP. V.—Ni para los pobres se ha de quitar al rey. (Joann.12.) 80
CAP. VI.—La presencia del rey es la mejor parte de lo que manda 83
CAP. VII. — Cristo no remitió memoriales, y uno que remitió a sus discípulos e descaminaron. (Matth. 14, Joann. 6, Marc. 6, Luc. 9.) 34
CAP. VIII. — No ha de permitir el rey en público a ninguno singularidad ni entretenimiento, ni familiaridad diferenciada de los demás. (Joann. 2.) 39
CAP. IX. — Castigar a los ministros malos públicamente, es dar ejemplo a imitación de Cristo; y consentirlos es dar escándalo a imitación de Satanás, y es introducción para vivir sin temer 41
CAP. X. — No descuidarse el rey con sus ministros es doctrina de Cristo, verdadero Rey 48
CAP. XI. — Cuáles han de ser sus allegados y ministros. (Luc. 14) 52
CAP. XII. — Conviene que el rey pregunte lo que dicen de él, y lo sepa de los que le asisten, y lo que ellos dicen, y que haga grandes mercedes al que fuere criado y le supiere conocer mejor por quien es. (Matth. 16.) 54
CAP. XIII. — Los pretensores: atienda el principe a la petición, y a la ocasión en que se la piden, y al modo de pedir. (Matth. 20, Marc. 10) 57
CAP. XIV. —Cómo han de dar y conceder les reyes lo que les piden. (Matth. 20) 61
CAP. XV. — Buen ministro. (Matth. 17, Marc. 9, Luc. 9) 64
CAP. XVI. — Cómo y a quién se han de dar las audiencias de los reyes. (Luc. 18) 67
CAP. XVII. — Buen criado del rey que se precia de serlo 69
CAP. XVIII. — A quién han de ayudar, y para quién nacieron los reyes. (Joann. 5) 75
CAP. XIX. — Con qué gentes se ha de enojar el rey con demostración y azote. (Joann. 2, Marc. 11) 77
CAP. XX. — El rey ha de llevar tras sí los ministros; no los ministros al rey
CAP. XXI. — Quién son ladrones y quién son ministros, y en qué se conocen. (Joann. 10) 83
CAP. XXII. — Al rey que se retira de todos, el mal ministro le tienta; no le consulta. (Matth. 4) 85
CAP. XXIII. — Consejeros y allegados de los reyes: confesores y privados 89
CAP. XXIV. — La diferencia del gobierno de Cristo al gobierno del hombre 92
PARTE SEGUNDA
A LA SANTIDAD DE URBANO VIII, OBISPO DE ROMA, VICARIO DE CRISTO, SUCESOR DE SAN PEDRO, PONT. OPT. MAX. 95
CAP. I. — Quién pidió reyes, y por qué ; quién y cómo se los concedió; qué derecho dejaron, y cuál admitieron 101
CAP. II.—Ni los ministros han de acriminar los delitos de los otros, queriendo en los castigos mostrar el amor que tienen al señor ; ni el señor ha de enojarse con extremo rigor por cualquier desacato. (Luc. 9) 107
CAP. III.—Cuán diferentes son las proposiciones que hace Cristo Jesús, rey de gloria, a los suyos, que las que hacen algunos reyes de la tierra; y cuánto les importa imitarle en ellas. (Joann. 6) 111
CAP. IV. —Las señas ciertas del verdadero rey. (Luc. 7, Matth. 11) 114
CAP. V. — Las costumbres de les palacios y de los malos ministros ; y lo que padece el rey en ellos y con ellos. (Matth. 26, Luc. 22) 118
CAP. VI. — Muchos preguntan por mentir: ¿Qué es la verdad?. Las coronas y cetros son como quien los pone. La materia de Estado fué el mayor enemigo de Cristo. Dícese quién la inventó, y para qué. Ladrones hay que precian de limpios de manos 121
CAP. VII. — De los acusadores, de las acusaciones y de los traidores. (Joann. 8.) 127
CAP. VIII. — De los tributos e imposiciones. (Matth.. 17) 134
CAP. IX. — Si los reyes han de pedir, a quién, cómo, para qué. — Si les dan, de quién han de recibir, qué y para qué. — Si les piden, quién los ha de pedir, qué y cuándo; qué han de negar; qué han de conceder. (Marc. 12, Luc. 21) 137
CAP. X. — Con el rey ha de nacer la paz; ésa ha de ser su primer bando. Con quién habla la paz; por qué se publica por los ángeles a pastores. Que nace obedeciendo quien nace a ser obedecido. (Luc. 2) 149
CAP. XI. — Cómo fué el precursor de Cristo, rey de gloria, antes de nacer y viviendo; cómo y por qué murió; cómo preparó sus caminos. Y le sirvió y dió a conocer, y cómo han de ser a su imitación los que hacen este oficio con los reyes de la tierra. (Marc. 1) 154
CAP. XII. — Enséñase, en la anunciación del ángel a nuestra señora la Virgen María, cuáles deben ser las propuestas de los reyes, y con cuál reverencia han de recibirse los mayores beneficios. Cómo es decente y santa la turbación: y en qué no
se ha de temer. (Luc. 1) 159
CAP. XIII. — Cuál ha de ser el descanso de los reyes en la fatiga penosa del reinar; qué han de hacer con sus enemigos, y cómo han de tratar a sus ministros, y cuál respeto han de tener ellos a sus acciones. (Joann. 4) 162
CAP. XIV. —Ningún vasallo ha de pedir parte en el reino al rey, ni que se baje de su cargo, ni aconsejare que descanse de su cruz, ni descienda de ella, ni pedirle su voluntad y su entendimiento: sólo es lícito su memoria. Quién lo hace, quién es, y en qué para. (Luc. 23) 172
CAP. XV. — De los consejos y juntas en que se temen los méritos y las maravillas, y por asegurar el propio temor y la malicia envidiosa, se condena la justicia. (Joann. 11) 176
CAP. XVI. — Cómo nace y para quién el verdadero Rey, y cómo es niño; cuáles son los reyes que le buscan, y cuáles
los reyes que le persiguen 181
CAP. XVII. — El verdadero Rey niño puede tener poca edad, no poca atención: ha de empezar por el templo, y atender al oficio, no a padre ni madre. (Luc. 2) 191
CAP. XVIII. — A quién han de acudir las gentes. De quién ha de recibirse. El crecer y el disminuir, cómo se entiende entre
el criado y el señor. (Joann. 3) 197
CAP. XIX. — De qué manera entre el rey y el valido en su gracia se cumplirá toda justicia; y de qué manera es lícito humillarse el rey al criado. (Matt. cap.3) 201
CAP. XX. — La paciencia es virtud vencedora, y hace a los reyes poderosos y justos. La impaciencia es vicio del demonio, seminario de los más horribles, y artífice de los tiranos. (Joann. 20) 209
CAP. XXI. — En que se inquiere (siendo cierto que todas las acciones de Cristo nuestro Señor fueron para nuestra enseñanza) cuál doctrina nos dió con los grandes negocios que en apariciones despachó después de muerto y resucitado, no pudiendo nosotros resucitar en nuestra propia virtud, y en elegir en apóstol a san Pablo después de su gloriosa ascensión a los cielos. — El texto de las apariciones y el lugar de los actos de los apóstoles 221
CAP. XXII. — Cómo ha de ser la elección de capitán general y de los soldados, para el ministerio de la guerra: contrarios eventos o sucesos de la justa o injusta; y el acontecimiento cierto de estas calidades 235
CAP. XXIII.— La milicia de Dios, de Cristo nuestro Señor, Dios y hombre; y la enseñanza superior de ambas para reyes y príncipes en sus acciones militares 246